La solidaridad es una virtud cristiana, la cual debemos aplicar en todos los actos de nuestra vida diaria. En el Evangelio observamos una total identificación entre Jesús y el pobre (Mt 25, 31-46). La solidaridad como valor fundamental de las personas ha estado presente desde el inicio de la Doctrina Social de la Iglesia (Encíclica Rerum Novarum del Papa León XIII en 1891) y ha logrado su máximo desarrollo en la encíclica Sollicitudo Rei Socialis (1987) de Juan Pablo II con la cual celebró los 20 años de Populorum Progressio (1967) de Pablo VI. En su encíclica, Juan Pablo II propone un nuevo sistema de valores basados en la solidaridad como actitud propia del que se siente responsable de los demás y nunca en competencia con ellos.
1. SOLIDARIDAD EN EL MFC
El MFC, a lo largo de medio siglo de apostolado familiar y en completa sintonía con la Iglesia Latinoamericana (Medellín, Puebla y Santo Domingo), ha asumido “el compromiso con la liberación y promoción integral del hombre que exige una doble acción: profética y liberadora, en una opción de preferencia y solidaridad con los pobres” (SuSuSu # 163) y esto se refleja en su opción pedagógica y en su proceso de formación.
La situación económica, social, política y cultural existente en toda la región latinoamericana que hemos visto explicitada en otros capítulos de este Complemento está afectando negativamente la célula básica de la sociedad, lo cual nos indica claramente que nuestra misión de evangelización de las familias debe incrementarse, no disminuir.
En el MFC la familia no es solo objeto de su acción pastoral, sino que también es agente de la misma. (SuSuSu #150) Por eso, al ingresar al MFC, la familia inicia un proceso de conversión que debe llevarla a actitudes concretas y a acciones apostólicas. En otras palabras, la familia se solidariza con la causa de Jesús, la construcción del Reino de Dios, que es la causa del MFC. Esta solidaridad implica no solo el compromiso social con nuestros hermanos más necesitados y la transformación de la realidad circundante, sino el compromiso con nuestro Movimiento que necesita del aporte voluntario y generoso de todos sus miembros para sostener su acción permanente a favor de las familias.
2. COMPROMISO DE SERVICIO
Dios nos regala a cada persona una serie de dones para que los desarrollemos y pongamos al servicio de los demás. “Que cada uno sirva a sus hermanos, según la capacidad que Dios le ha dado, como buen administrador de los varios dones de Dios” (1 Pe 4, 10). Tenemos dones o bienes materiales como el dinero y bienes humanos como la inteligencia, los conocimientos, tiempo y capacidad. Para poder cumplir con su objetivo de servir a la familia trabajando en su evangelización, el MFC ofrece a todos sus miembros la oportunidad de formarse en la acción para compartir con los demás su tiempo, sus capacidades y sus talentos. Servir es aprender a dar y recibir, es aprender a hablar y escuchar. Es aprender a ser solidarios sin crear dependencia. Servir en el MFC es seguir a Jesús. “A imitación del Hijo del Hombre, que no vino para que lo sirvan, sino a servir” (Mt 20, 28).
En toda organización como en el MFC es imprescindible el relevo generacional en sus estructuras y en los servicios que presta. Hay que recordar que “la mies es mucha y los obreros pocos” (Mt 9, 37). Es el Señor que nos llama a trabajar por su Reino.
3. USO CRISTIANO DE LOS BIENES MATERIALES
En el MFC, el proceso de transformación que se opera en las personas debe llevarnos a ser HOMBRES Y MUJERES NUEVOS (SuSuSu # 146). Como en las primeras comunidades cristianas “donde no había ningún necesitado” (Hch 4, 34), en el MFC aspiramos a que, mediante aportes voluntarios y generosos de los miembros, se logren los recursos suficientes para cubrir las necesidades del Movimiento a todos los niveles (equipo base, zona, diócesis, país, SPLA) de manera que la falta de recursos no sea un obstáculo para llevar la Buena Noticia a todos los rincones del continente latinoamericano.
Lo que cada miembro pueda ofrecer con amor, no importa si es poco, si lo ofrece con el sacrificio de sus propias necesidades, y no de lo que le sobra, su aporte será tan valioso como el de los demás (Lc 21, 1-4). Al administrar el dinero de todos, el MFC actúa como “nivelador” y signo de justicia. Cada quien aporta según sus posibilidades pero todos reciben las mismas atenciones y calidad de servicio (Preinscripción, MFC México).
La característica más esencial del MFC es su unidad latinoamericana, siendo uno en su estructura y en sus objetivos (SuSuSu # 69). Por eso, El MFC Su Ser, Su Vida y Su Acción (#122) establece que “en los gastos del SPLA serán corresponsables los Equipos Nacionales, o sea, todos los miembros del MFC en Latinoamérica”.
4. EXIGENCIAS DEL COMPARTIR
El poner en común los bienes requiere, además de espíritu desprendido y solidario, cualidades de responsabilidad y de organización (comentario 758 Biblia Latinoamericana). Para poder realizar nuestra labor apostólica eficazmente, es recomendable que a todos los niveles del MFC se preparen y den a conocer los planes de trabajo y que se presenten con regularidad informes sobre su desarrollo y el uso de los bienes materiales.
La solidaridad vivida como exigencia del Evangelio nos lleva, a través de nuestras obras, a ser coherentes con lo que decimos y hacemos, ayudando a que todos se sientan colaboradores en la búsqueda del bien común y en la construcción del Reino.
LIBRO SUSUSU